Sentado como premisa que no sabemos nada con certeza sobre las tareas realizadas por Duns Escoto inmediatamente después de su ordenación sacerdotal, podemos añadir que es probable que desempeñara en la isla algunos oficios en el ámbito de los estudios dentro de la Orden, tales como lector en un Studium, o sublector en un Studium solemne. Piénsese, por ejemplo, en Cambridge, Oxford y Northampton.12
De 1293 a 1297 estuvo por vez primera en París para estudiar. Esto lo podemos calcular por acontecimientos posteriores. Por ejemplo, hemos de pensar en sus estrechas relaciones con el futuro General de la Orden, Fr. Gonzalo Hispano (o de Balboa), que fue su maestro en París y que vivió en el mismo convento.
La ordenación de los estudios prescribía nueve años en París. Pero los mendicantes tenían que hacer sólo cuatro años y el resto, hasta los nueve, completarlo en un Studium solemne de la Orden o en otro Studium general.
Condición indispensable para estudiar en París era que el futuro estudiante se hubiera destacado previamente en la predicación y en la doctrina. El hecho de ser enviado a París supuso para Duns Escoto una extraordinaria distinción por parte de la Provincia de Inglaterra; sobre todo, sabiendo de las diferencias que había entonces entre ingleses y escoceses, no sólo en la Provincia, sino también en la Orden. Con su envío a París, se reconocían las cualidades intelectuales de Duns Escoto.
No cabe duda de que Duns Escoto cumplía las exigencias marcadas por los estatutos: Los candidatos han de prometer buenos progresos, ser fuertes corporalmente, poseer un talento oratorio y mostrar un trato agradable; no deben ser pendencieros, sino amables y pacíficos entre los frailes. Con esto podemos suponer ya muchísimo acerca de su carácter.
De 1297 a 1300, Duns Escoto enseñó en Cambridge.13 Lo hizo como bachiller en Escritura. Era "baccalaureus sententiarius" y comentaba el libro de las Sentencias de Pedro Lombardo, como era costumbre en aquel tiempo. Las Sentencias trataban sobre Dios Uno y Trino; la Creación -cosas, ángeles y hombres-; la Encarnación de Jesucristo; las Virtudes y, finalmente, los Sacramentos.
La tradición habla de que tuvo muchos alumnos, y el Beato se hizo ya famoso como profesor. De esto tenemos un buen recuerdo en la Universidad de Cambridge, concretamente en la capilla del Trinity College de la misma. En una vidriera, a la derecha de la entrada, se ve a Duns Escoto entre famosos doctores. Además, desde 1966, hay una placa conmemorativa en el Colegio Sidney Sussex, recordando el lugar donde estuvo el convento de los frailes y donde moró nuestro Beato. Con motivo del séptimo centenario del nacimiento de Escoto, en el ya mencionado año de 1966, se celebró en la isla un gran congreso escotista.
De su estancia en Cambridge, y transmitida por su director espiritual, nos ha llegado una anécdota de Escoto que nos manifiesta la agudeza de su ingenio, y que no nos resistimos a narrar. Durante un paseo, tropezó con un campesino que blasfemaba terriblemente mientras sembraba. Duns Escoto reprochó al campesino su conducta y le añadió que podría ir al infierno por ello. El campesino le replicó: «¡Qué importa si obro bien o mal, dado que Dios ha escrito ya si me salvaré o me condenaré!». A lo que el Beato respondió: «Si está escrito ya que recogerás buena cosecha, ¿por qué aras y siembras? No lo hagas, que si Dios ha previsto que el grano dé su fruto, éste vendrá también aunque no siembres». El campesino se calló, como nos relata Vorrilong.14
Mientras esta anécdota nos revela al Doctor sutil, la que sigue nos manifiesta su temperamento místico y orante. Sucedió también en Cambridge, en la noche de Navidad de 1299: «El día de la fiesta del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, estaba absorto en contemplación. En espíritu vio al divino Niño que se hizo carne por la salvación del género humano...». Escoto pidió que viniera el pequeño Niño en el regazo de su Madre. El Niño se presentó de verdad y el Beato lo abrazó y lo besó e, inmediatamente, desapareció. Así nos cuenta el acontecimiento su primer biógrafo. Este relato fue posteriormente adornado con muchos otros detalles. A partir de aquel acontecimiento, como dice su primer biógrafo, Duns Escoto hizo grandes progresos en las virtudes, en su vida pobre de religioso y en el camino de la santidad. La semejanza con San Antonio es llamativa. Lo cierto es que el Beato gozaba de fama como hombre de Dios, con o sin la aparición del Niño Jesús.15
En este sentido, a través de sus escritos encontramos abundantes muestras de este talante contemplativo. Frecuentemente comenzaba la composición de sus obras con oraciones que luego incluía en ellas. De la misma manera, terminaba también sus escritos con oraciones. En un bello juego de palabras16 dijo de Dios: «Tú eres el Término sin término». "Término" expresa siempre el ser y el Ser es Dios, como Él mismo dijo a Moisés: «Yo soy el que soy». A este Ser, Duns Escoto puede dirigirle la palabra y tutearlo. Sobre todo cuando trata las cuestiones de Dios en filosofía. Así, por ejemplo, en las pruebas de la existencia de Dios, descubrimos al místico en oración. Su filosofía es como un salto del alma a Dios, es una filosofía en oración. Aquí no se trata del Ens a se, del Ser subsistente, que sería algo impersonal, sino más bien de un Tú, de una persona. El místico cierra los ojos, prescinde de las cosas visibles y llega a lo invisible, a Dios.
De 1300 a 1301 encontramos a Duns Escoto en Oxford,17 donde se hallaba la Universidad más famosa de Inglaterra. De nuevo comentó como bachiller las Sentencias de Pedro Lombardo. Ciertamente, le llamaron porque era capaz de cumplir tal cometido y gozaba ya de gran fama. Y, por lo visto, de nuevo tuvo un gran éxito y muchísimos alumnos lo escucharon, aunque mantengamos nuestra reserva sobre ciertas noticias que hablan de sus explicaciones ante unos treinta mil estudiantes.
En Oxford empezó Duns Escoto su principal obra: la llamada durante un tiempo Opus Oxoniense y hoy más conocida como la Ordinatio, que terminó en París entre los años de 1305 y 1307. De su estancia en Oxford nos ha quedado un precioso documento, fechado el año 1300. En él se le otorga la facultad de oír confesiones. Su Provincia había propuesto veintidós frailes para recibir estos poderes. Duns Escoto está entre esos veintidós. Ello dice también mucho de nuestro Beato, pues los candidatos, además de poseer buenos conocimientos en teología, tenían que mostrar un recto modo de vida. Ahora, como cuando fue a París, es que cumplía bien tales exigencias.
Como en Cambridge y en Duns, también en Oxford se alza, desde el año 1966, un monumento en su honor, que se encuentra en la iglesia de Santa María Virgen.
De 1302 a 1303 encontramos a Duns Escoto por segunda vez en París. Es ya un famoso profesor que ha sido nombrado para ir a la Gallia. La Provincia de Inglaterra tuvo que hacer de nuevo un sacrifico y lo propuso gustosa para aquel cargo docente en la famosa universidad parisina.
Duns Escoto empezó ciertamente el curso escolar el 14 de septiembre de 1302, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, y debería haberlo terminado el 29 de junio de 1303, festividad del Príncipe de los Apóstoles. Pero las graves tensiones políticas sobrevenidas en aquel tiempo, que dejaron sus huellas en los escritos de nuestro Bachiller de las Sentencias, los Reportata Parisiensia, impidieron el normal desarrollo del curso. Pocos días antes del final del año escolar, el Beato se vio envuelto en dichas tensiones, lo que le produjo una situación de imprevisibles consecuencias. Veámoslas.
Las luchas entre Felipe el Hermoso y el Papa Bonifacio VIII18
Bonifacio VIII, siguiendo la tradición medieval, defendió el reino de la verdad y de la justicia afirmando la suprema autoridad del Papa sobre los soberanos de este mundo. Contra esta tradición, el Rey sostenía el principio de que el Papa era una persona privada sin autoridad especial.
La lucha venía de lejos, pero se agravó en 1302, precisamente en tiempos de Duns Escoto, y adquirió tintes muy graves con la publicación de la famosa bula papal Unam Sanctam sobre el poder espiritual y el poder temporal; además, en la encíclica, el Rey quedó excomulgado. La respuesta de éste no se hizo esperar: convocó un concilio ecuménico contra el Papa. La mayoría del clero secular y regular estaba de parte del Rey; igual postura mantenían los docentes de la Universidad de París, a la que pertenecía el Studium que los frailes menores tenían en dicha ciudad.
El 25 de junio de 1303, el convento de los franciscanos tuvo que decidirse por el lirio de Francia o por las llaves de San Pedro, como escribe el padre Ephrem Longpré.19 Debían votar apelando a un concilio general y con ello «a un verdadero Papa legítimo», o contra tal concilio. Con la primera postura se pretendía destronar a Bonifacio VIII como papa ilegítimo; con la segunda, no se conseguía otra cosa sino la enemistad del Rey de Francia. Las posturas estaban totalmente divididas, tal como nos lo demuestra el resultado de la votación efectuada entre los frailes menores: 68 frailes votaron a favor del Rey; 87 lo hicieron en contra. Y entre los que votaron contra el Rey encontramos a Duns Escoto en décimo lugar.
Como consecuencia de haber votado contra el Rey, Duns Escoto tuvo que abandonar el país en el plazo de tres días. Su forzado exilio de París le llevó a Oxford, donde lo encontramos en diciembre de aquel mismo año de 1303. Duns Escoto luchó por el Papa y aceptó gustoso el destierro. Cumplió su juramento de sacerdote y obedeció al Papa; con ello se mostró como buen hijo de su padre San Francisco quien, en tantas ocasiones, habló siempre con respeto y reverencia del «señor Papa». Para el Beato Duns Escoto, Jesucristo es cabeza y maestro de la Iglesia desde siempre y por siempre: «Estaré con vosotros hasta el fin del mundo». Su Vicario es el Papa; en él obra el mismo Jesucristo. El Papa tiene jurisdicción sobre todos y, por tanto, también sobre el Rey. El sacerdote no debe estar contra Jesucristo y, por ende, tampoco contra la Iglesia ni contra el Papa. Duns Escoto no vaciló en aceptar el gran sacrificio que suponía renunciar a una espléndida carrera de profesor en una Universidad tan prestigiosa como la del París de aquel tiempo. Ya San Pedro y San Juan dijeron ante el Sanedrín: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios» (Hch 4,19).
1304 -1307: Por tercera y última vez en París
Quebrantado por tanta lucha, Bonifacio VIII murió el 11 de octubre de 1303. Su sucesor, Benedicto XI, elegido una semana después, allanó las dificultades y así empezó también para los frailes menores un tiempo más propicio. Como muchos otros, Duns Escoto pudo regresar de nuevo a París y, tal vez, comenzar el año escolar en septiembre de 1304 como Bachiller.
En todo caso, el 18 de noviembre de 1304, el General de la Orden, Gonzalo Hispano o de Balboa, mandó una famosa carta al guardián o al vicario del convento de París. Gonzalo había sido maestro de teología en París y había tenido allí de alumno a Duns Escoto. Por eso habla de «trato de años» con Duns Escoto y menciona su «vida loable, su ciencia excelente, su ingenio sutilísimo y otras insignes condiciones». Gonzalo proponía en la carta al Bachiller de las Sentencias, Juan, para el grado de doctorado.20 Se cree que Duns Escoto fue promovido "Doctor" hacia Pascua de 1305. Con esto, llegaba a ser maestro y profesor ordinario de teología. De 1306 a 1307, nuestro Beato fue Regente de la Universidad, cargo que generalmente se desempeñaba por un año.
La disputa sobre la Inmaculada Concepción
Durante la tercera estancia de Duns Escoto en París (1304-1307) hemos de situar la famosa disputa sobre la Inmaculada Concepción. Y quizás nuestro Beato sea más conocido por esta doctrina que por otras, dado que él comenzó una controversia que se prolongó a lo largo de varios siglos. La cuestión era ésta: si la Madre de Dios tuvo el pecado original y luego fue purificada del mismo, o si fue desde el principio pura y sin mancha, es decir, «concebida inmaculada». La corriente general (con San Bernardo, Santo Tomás y San Buenaventura) decía que fue purificada del pecado original después de haberlo contraído; Duns Escoto era heredero de una larga tradición inglesa que defendía la Inmaculada Concepción.
Esta disputa está envuelta en muchos datos problemáticos. No obstante, podemos aceptarla como un hecho histórico, especialmente después de los valiosos descubrimientos del padre Carlos Balic, gran escotista, consistentes en dos preciosos manuscritos que confirman un relato de Landulfo Caracciolo, insigne alumno de Duns Escoto.21
Luego, a lo largo del tiempo se fue adornando con elementos legendarios la esencia de esta disputa. Suele decirse con frecuencia que, de camino hacia la Universidad, el Beato Duns Escoto encontró una estatua de la Virgen y que rezó ante ella de esta manera: Dignare me laudare te, Virgo sacrata; da mihi virtutem contra hostes tuos, «Te alabaré, oh Virgen sacrosanta; dame valor contra tus enemigos». La leyenda añade que la Virgen, ante la súplica de su hijo, se inclinó para darle ánimo. Se cuenta que, ya metido en la disputa, Escoto escuchó doscientos argumentos contra la doctrina de la Inmaculada, argumentos que él repitió de memoria y en el mismo orden en que se habían aducido, refutando con maestría todas las objeciones expuestas, y que los adversarios se convencieron. Se ha subrayado, a este respecto, su humildad y su modestia, ya que Duns Escoto buscaba siempre la verdad, y refutaba las opiniones contrarias sin ofender a nadie y sin mentar siquiera por su nombre a los adversarios ausentes.
Después de la disputa, Escoto fue llamado Doctor sutil, y se dice que los primeros en ello serían los dos delegados del Papa que habrían participado en la sesión universitaria, cosa que es del todo incierta. También fue llamado Doctor mariano, cosa que ciertamente le agradaría más. En suma, luchó por el honor de la Madre de Dios como más tarde lo harían sus sucesores en una controversia sin tregua. Con razón el francés Felipe Labbé le llama «Mártir de la Virgen inmaculadamente concebida, haciendo referencia a los méritos contraídos por él en vida y a las calumnias de que fue objeto después de su muerte».22
Poco a poco la doctrina sobre la Inmaculada Concepción se fue abriendo paso. Más tarde, la Universidad de París exigía de los estudiantes y doctorandos el reconocimiento de la misma. Y esto parece un buen testimonio indirecto de la disputa, como un eco de la misma.
Probablemente, la disputa no fue tan solemne como a veces se dice, pero hay que contar con la leyenda que no ha cesado de crecer después. Sin embargo, la doctrina de Duns Escoto fue como un fermento constante que, mantenido por sus seguidores, perduró hasta la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854 por el Papa Pío IX.